viernes, 16 de septiembre de 2011

La culpa es del fotógrafo


Lo terrible es viajar con las mejores ropas hasta al fin del mundo. 
Da pudor mirar ese decoro

El funcionario cumple órdenes, y el funcionario encargado de hacer las fotografías cuando llegaban los deportados al campo también hacía su trabajo. Meticulosamente. Miles de fotos ordenadas y clasificadas, por supuesto, para la historia, pero también para el inspector que tenía que revisar si el trabajo se hacía correctamente, lo que nos anuncia un par de cosas: que no eran conscientes de estar cometiendo un delito –la palabra “genocidio” no entra en vigor hasta 1948- y que el mundo, al final, cerraría los ojos ante la Solución Final. Walter Benjamin, que huyó de esta forma de muerte industrial y acabó, como es sabido, suicidándose en un hotel de Portbou perseguido por nazis y a la espera de los colaboracionistas españoles, escribió que la fotografía abre un mundo de imágenes que "habitan en lo minúsculo, suficientemente ocultos e interpretables para haber hallado cobijo en los sueños en vigilia". Podemos así observar detalles de la vestimenta en las personas que llegaban a Auschwitz, un decoro que me produce pudor mirar. Esa normalidad de un día soleado -¿o es que sólo se muere los días de tormenta?- que no puede anticipar un futuro terrible e inmediato. 

Lili Jacob tenía dieciocho años cuando llegó a Auschwitz. Era el campo de exterminio más grande de los cuatro que se construyeron en territorio polaco y desempeñó un papel fundamental en la ejecución de la Solución Final. El 26 de mayo de 1944 se detenía en el andén de Auschwitz-Birkenau un «transporte» con 3.500 judíos procedentes de la aldea de Bilke, en los Montes Cárpatos, un territorio que Hungría se anexionó de Checoslovaquia. Habían salido dos días antes sin destino conocido en unos vagones de transporte de animales. Era el último colectivo judío más numeroso de Europa, ortodoxos y de habla «yiddish». Eran hombres, mujeres, niños, viejos y enfermos identificados con una estrella amarilla en el pecho. Lili Jacob viajó con sus padres y sus seis hermanos y otros miembros de la familia y unos cuantos enseres personales de los que fueron despojados nada más poner los pies en tierra. En el andén fue separada de sus familiares y no los volvió a ver nunca más: muy poco después fueron llevados a la cámara de gas. Ella era apta para el trabajo y se salvó. «Arbeit macht frei». El trabajo os hará libres. Así rezaba en el frontispicio de la mayor fábrica de la muerte nunca concebida por el hombre.

Lili Jacob pasó los últimos años de la guerra en el campo de Roa Mittelcau, en Turingia. El 9 de abril de 1945, cuando los soldados norteamericanos liberaron el campo y ella buscaba algo de ropa en los armarios, encontró un álbum de fotografías. Lo hojeó apresurada y le llamó la atención encontrar retratados de algunos de los familiares que llegaron un año antes a Auschwitz nada más bajar del tren, incluso a su rabino, Naftali Zvi Weiss, escribe ella misma. Allí estaban viejos conocidos de su pueblo escoltados por los soldados de las SS; miran abstraídos a alguien que les fotografía desde lo alto del vagón.

¿Es esta la novela de Lili Jacob? «No es una novela, sino una epopeya trágica porque cuenta la historia de cómo se exterminaron metódicamente a millones de judíos, no hay nada de ficción aunque la crueldad sea tan grande que cueste creer que el hombre sea capaz de cometer un crimen tan horrendo». Quien así habla es Serge Klarsfeld, hijo de un superviviente, que editó por primera vez, en 1980, el álbum y convenció a Lili Jacob para que donase las fotografías a Yad Vashem, el Museo de la Memoria del Holocausto de Jerusalén, aceptando así la solicitud del primer ministro israelí Menachem Begin.

Hasta entonces, las fotografías que testimoniaban el Holocausto habían sido realizadas por los soldados aliados y soviéticos (como en el caso de Auschwitz) que liberaron los campos. Sin embargo, en las imágenes del “Álbum de Auschwitz” está la mirada fría, metódica y burocrática del agente nazi. Absolutamente despiadada. Son imágenes técnicamente irreprochables, de 8,2 por 11,1 centímetros, que servían para documentar la actividad del campo y, sobre todo, las tareas de identificación. El álbum que halló Lili Jacob, de cincuenta y seis páginas, contenía 189 fotografías que recogían el siniestro itinerario desde la llegada del «transporte» de los judíos de Bilke en el que ella viajó con su familia, el primer contacto en el andén con los vigilantes de las SS, su selección posterior, hasta el paseo en ordenada fila hacia la cámara de gas de los más débiles. Además, había un apartado con 63 fotografías sobre la visita de Himmler a Auschwitz, en una inspección “rutinaria” que no oculta las intenciones últimas de la demencia nazi. Incluso en el reverso del álbum –forrado en lino marrón y con protectores metálicos en las esquinas- hay escrita una misteriosa dedicatoria que invita a imaginar cómo era los ejemplares funcionarios de Hitler: «En recuerdo de tu estimado, inolvidable y fiel, Heinz».

La primera vez que estas fotografías aparecieron en público fue en el juicio al nazi Adolf Eichmann que tuvo lugar en Jerusalén en 1961, hace cincuenta años. «Esas fotografías siguen estando vivas -dice en conversación telefónica desde París Serge Klarsfeld- porque revelaron la verdad del exterminio judío y puso rostro a la víctimas, hasta entonces eran montones de muertes y seres consumidos». ¿Cómo continúa la «novela» de Lili Jacob? En un proceso a veintidós nazis que «trabajaron» en Auschwitz, celebrado en Fráncfort en febrero de 1964, se descubrió la identidad de los autores de las fotografías del álbum. Eran dos miembros de las SS, Bernhard Walter, jefe del servicio de identificación, y Ernst Hoffmann, su ayudante. Lili Jacob compareció en el juicio, abrazada al álbum, pero se negó a entregarlo como prueba inculpatoria.

«En 1978 oí hablar de esas fotografías. Yo estaba preparando una investigación sobre el extermino de los judíos franceses en Auschwitz cuando recibí un sobre con sesenta fotografías procedentes del Museo Judío de Praga, eran copias del álbum, así que pensé que las originales deberían ser más. Comprendí entonces que tenía que buscarlas, estuviesen donde estuviesen. Cuando por fin encontré a Lili Jacob, ella me dijo que esas fotografías no interesaban a nadie y yo le dije que sí que interesaban, que era nuestra memoria. Entonces le propuse que las donase a Yad Vashem», explica Klarsfeld, un «cazador de nazis» que desde la Fundación Beate Klarsfeld realizó en 1980 una edición limitada de «Álbum de Auschwitz».

Desde la edición de estas fotografías realizadas con un sobrio estilo sumarial, los muertos recobraron su propia vida y en cada edición se ha añadido un dato más sobre la identidad de las víctimas, muertos o supervivientes. «Eva Spiegel, hija de Naftali Megid de Tecso» o Sarah Marton, hija de Shmulke Fuks de Visk. Sobrevivió», puede leerse al pie de una fotografía. «La identificación es fundamental porque la realidad del Holocausto no son números, sino que detrás de cada una de esas cifras hay un nombre, una vida y una historia», dice Klarsfeld, que reconoce que con el paso del tiempo, y la muerte de los supervivientes y de sus familiares, se hace imposible la identificación. La propia Lili Jacobs, que emigró en 1948 con su marido a Estados Unidos, murió en diciembre de 1999, con setenta y tres años. Pero albergaba alguna esperanza: «Quizá todavía se pueda detener a algún asesino nazi en Alemania».

Es fácil mirando estas fotografías pensar que aquellas personas que pusieron los pies en el andén de Auschwitz-Birkenau un soleado día de mayo de 1944 desconocían su destino. Vestidos como si fuesen de paseo un día de fiesta, como si supiesen que emprendían un largo viaja, asustados pero sin perder la dignidad, atienden las órdenes de los SS, como si fuesen sus salvadores; otros, miran fijamente a la cámara, sabedores de que estaban en el final del trayecto. «No hay misterio en el exterminio del pueblo judío por el pueblo más avanzado y culto en el corazón de Europa, sino explicaciones históricas», afirma Klarsfeld.


(“Álbum de Auschwitz” sólo se ha editado dos veces más, en Nueva York, en 1981, y en España por Casa Sefarad-Israel)

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