domingo, 10 de junio de 2012

Hopper, el pintor de la Gran Depresión

"New York movie" (1939)




Extraña e infeliz coincidencia: Edward Hopper fue el primer pintor en tratar la Gran Depresión. Parece que el tiempo no pasa. Así lo creen algunos, pero no fue sólo eso, como tampoco fue el pintor de la otra depresión, la que viven los hombres, quizá más las mujeres, en la vida interior de sus cuadros. No fue sólo el artista de la Depresión del 29 porque de la misma manera que se negó a ser un pintor nacionalista (la de la América profunda y otros tópicos) y se opuso al chauvinismo del Paisaje Americano, del que dijo ser «una caricatura de América», para desbancar a París, en sus pinturas no había el menor rastro de conflicto social, de obreros en paro, de comerciantes arruinados. Hay  desesperanza. 
El conflicto sólo tenía lugar en el interior de las personas. Sobre esta cuestión dice el crítico Robert Hughes que las ideas políticas de Hopper no pueden descubrirse a través de sus pinturas. Era un republicano conservador, baptista aunque poco religioso, en cuyas obras no existía lucha de clases, ni conflicto político, ni espíritu colectivo, sólo personas. No sólo no fue un pintor nacionalista americano, sino que su mayor influencia la adquirió en Francia, como muy claramente defiende Tomás Llorens en esta exposición. En París se empapa de Manet (del que aprende a dibujar de un solo trazo), de Degas de manera muy especial (cuadros desde una perspectiva a vista de pájaro), pero también de la poesía simbolista, de Verlaine  o Baudelaire y el papel del artista en el mundo moderno. Llorens además incide en dos artistas, Valotton y Sickert, a los que enfrenta a Hopper en el núcleo central o de tesis de la exposición con su cuadro «Soir Bleu», una inquietante velada parisiense en la que el propio Hopper aparece vestido de payaso con un pitillo en los labios. Es decir, el arte como artificio teatral. Su último cuadro antes de morir eran el de él y su esposa Jo (la compleja Jo Nivinson, según cuenta la biógrafa Gail Levin) vestidos de Pierrot saliendo a saludar a un escenario. Luego empieza el Hopper ahora globalizado. 
Mientras en el Museo Thyssen preparaban esta exposición, descubrieron que el Gran Palais de París trabajaba en la misma muestra. Decidieron aunar esfuerzos y, tras exhibirse en Madrid, viajará a París, aunque ampliando allí las obras de artistas franceses. Esperemos que el chauvinismo no sea ahora a la inversa. 
Murió Hopper sin ser comprendido (aunque convertido en póster) después de haber sido marginado por el éxito arrollador y mediático de la abstracción de la Escuela de la Nueva York y machacado por su gurú Clement Greenberg. Hopper lo llevó mal por ser encorsetarlo como el pintor de la «América profunda». Antonio López confesaba a quien firma que en su pintura hay una gran concentración, la fijación en detalles que requieren un trabajo intenso. De hecho, pintó un centenar de obras, dos al año, aunque como buen puritano trabajada todos los días las mismas horas dando la espalda al ruido del mundo del arte. 
Antonio Muñoz Molina escribió en una ocasión que «los cuadros de Hopper se han popularizado tanto que es fácil engañarse creyendo que se los conoce sin haberlos visto nunca en realidad». Esta exposición ahonda en el misterio de este gran pintor.