sábado, 31 de marzo de 2012

Si no hay caridad, por qué le llaman solidaridad


"La balsa de la medusa", de Gericualt


Tiempo atrás, algunos decían que sobraba caridad y faltaba solidaridad. Que la caridad es una solución individual y culpable a un problema colectivo y político. Ahora parece que es al contrario: falta caridad y sobra solidaridad. Los náufragos muertos en el sur del Mediterráneo camino de Lampedusa se podrían haber salvado con un poco de caridad de algunos de los navíos de la OTAN que avistaron el barco cargado de libios que huían de su país, pero no lo socorrieron. No hubo caridad para enviarles agua y comida. Gericault pintó «La balsa de la Medusa» como protesta por un suceso que nos recuerda al de Lampedusa. En 1816 naufragó ante las costas de Senegal el «Medusa». Durante más de veinte días,  decenas de personas sobrevivieron en una balsa de madera, a pesar de que una fragata francesa les negó el auxilio, borrando toda esperanza de ayuda, compasión o caridad.  Aquel suceso fue un escándalo público y el propio Gericault tuvo que luchar contra la censura para exponer la pintura.  Hoy todavía nos preguntamos cómo fueron posibles los campos de concentración en el corazón de Europa: porque nadie veía pasar los trenes cargados de prisioneros.

lunes, 26 de marzo de 2012

Janelas Verdes' Dream




Antonio Tabucchi ha muerto, a los 68 años de edad, en Lisboa. Eligió la capital atlántica porque allí ha hecho su obra literaria, un mundo de personajes débiles, de vidas incompletas que dialogan con fantasmas, con las voces que pueblan nuestros sueños y las peores pesadillas políticas. Esa marginalidad, ese estar fuera del centro de las grandes decisiones, literarias y políticas, le otorgó, por contra, un poder especial: el de convertir a las personas normales, a los discretos seres vencidos, en dueños de sus vidas ínfimas por las que nadie daría un duro. Pero vidas sometidas a decisiones morales que ya las quisiera el más poderoso de los hombres.  
Antonio Tabucchi ha mimetizado tanto su mundo narrativo y sus personajes que se confundieron plenamente con él. No se sabe dónde empieza uno y dónde acaba otro. Ha hecho una literatura. Un mundo propio por el que se ha podido mover manejando unos códigos estéticos, éticos y políticos propios: levedad en la escritura, lealtad a las convicciones y antitotalitarismo y sus versiones horripilantes del poder corrupto que tantos disgustos le propoció su Italia natal en los últimos años.   
Hay hombres –la mayoría– que ocupan un lugar pequeño en la Historia, que desempeñan la gris tarea del oficinista, pero que un día son llamados a la acción para luchar contra una pequeña injusticia y acaban comportándose como héroes sin quererlo. Mientras que los héroes, los llamados a salvarnos, sólo hablan y cincelan con mentiras el pedestal donde instalar el gran relato de la Historia. El pequeño relato, el más decisivo, está en manos de esos seres de vida modesta encarnados por el periodista Pereira, aquel personaje que llegó a confundirse con su autor, que acabó siendo su propia sombra, modelo de comportamiento discreto pero de convicciones sólidas, tanto como su anodina –supuesta, claro– vida: redactando necrológicas en un periódico lisboeta, comedor inagotable de «omelettes» a las finas hierbas, pero que se opuso a la dictadura salazarista. 
Profesor de Literatura Portuguesa en la Universidad de Siena, traductor de Pessoa y uno de los máximos especialistas en su obra, Antonio Tabucchi recibió la nacionalidad portuguesa en 1994, después de escribir «Réquiem» en portugués. Ahora parece que tras su muerte, se ha escondido en algún heterónimo, como hiciera su querido Pessoa. Pero no es así. Un cáncer contra el que luchaba desde hacía años le venció. 
Nació en Vecchiano, cerca de Pisa, en 1943. Él decía que cuando vino al mundo los norteamericanos bombardeaban Pisa para sacar de allí al ejército alemán. Italia, también decía, inventó el fascismo en 1922, un desastre nacional cuyas lecciones no deberían olvidarse. De ahí que escribiera una decena de artículos (reunidos en el volumen «La oca al paso», que, como toda su obra en España, ha sido editada por Anagrama) sobre la situación política italiana bajo el mandato de Berlusconi. No estaba conforme con la Italia actual, pero tampoco con la Europa reguladora que mira por encima del hombro al sur como si fueran unos vividores incapaces de crear riqueza. No entendía que en su país no pudiera fumar –estaba en la causa del pitillo entre los labios– y en cambio hubiese en el Gobierno un partido declaradamente racista como la Liga Norte. 
Su literatura era breve, fragmentaria, aunque con una prosa clara y bien construida, siempre con un guiño metaliterario (sabía que la vida no se podía contar del todo), a mitad entre el relato y la novela. No fue, sin embargo, un novelista al uso: digamos que no se sentía cómodo creando ficciones ingeniosas. Prefería coger los retales desaprovechados que la vida le entregaba. En «Tristano muere» se planteó esa imposibilidad de contar la historia de un hombre como si fuera una novela. De hecho, la subtituló «una vida y no “novela”», anteponiendo el relato oral al escrito como prueba de la verdad de la voz. 
Su mundo evocativo era poderoso, atrapado por la «saudade» portuguesa y su poeta clave, Fernando Pessoa. De ahí que toda su obra, de «Réquiem. Una alucinación» (1992) a «La Dama de Porto Pim» esté envuelta por una elegante melancolía, como si fuera una marca cultural que se está perdiendo. «Nunca como ahora, Europa es la vieja Europa», escribió.  
La maleta literaria de Antonio Tabucchi era pequeña: sus autores de referencia eran Emily Dickson, Pirandello y Borges, al que leía constantemente. Poco más. Se sentía a gusto en su posición de «out sider», fuera de juego permanente en busca del pequeño relato. Como Pessoa cargaba con sus heterónimos, con sus otras vidas que agotó una a una dándoles voz, Tabucchi agotó también su literatura breve y comprometida.  De hecho, últimamente su presencia era más como activista que como escritor. Su último libro publicado en España ha sido «Viaje y otros viajes» y en él parecía decir adiós a un mundo que se desvanecía, que se le estaba escapando.



Jardín del Museo Janelas Verdes de Lisboa


No puedo acabar estas líneas sin mencionar al barman del Museo de Arte Antiguo de Lisboa, con el que Tabucchi tuvo un encuentro, según cuenta en "Réquiem". Después de una buen rato de conversación le invitó a su mejor cóctel, Janelas Verdes' Dream, lo que le facilitaría la digestión. Tres cuartos de vozka, zumo de limón y menta, lo que le daría el color verde necesario. Allí fui en mayo de 1994, pero no encontré al barman, aunque sí a un camarero de edad de jubilación que guardaba un gran parecido con Manel, aunque Tabucchi no lo describe. El restaurante era propiamente un self service de museo, correcto. Pero su jardín daba a los mercantes laboriosos del Tajo y los árboles se cimbreaban. 
Brindemos entonces por Tabucchi. Por aquel viaje.