Kapuscinski fotografiado en 1986 en su estudio
Quizá una prueba de que Kapuscinski estuvo en los lugares de los que ha escrito –ya que algún discípulo lo ha puesto en duda– es que nada se ha cumplido. No por sus previsiones, que no las hizo, sino por las esperanzas puestas. La teoría sería la siguiente: cuanto más verosímil es una historia, más se aleja de la verdad. Queda claro en su último libro publicado en España, «Cristo con un fusil al hombro» (Anagrama), con reportajes fechados al principio de los 70, cuando Kapuscinski todavía era un reportero desconocido para los muchos lectores que tiene ahora, entre los que me cuento.
La primera parte transcurre entre Israel, Líbano y Siria en plena guerra con los «fedayines» palestinos y en la campaña de los Altos del Golán. «Ningún Estado se mantuvo allí por mucho tiempo», escribe Kapuscinski. No ha sido así. La segunda parte se centra en la guerrilla que surge en Bolivia. Apenas eran dos centenares de jóvenes, estudiantes en su mayoría, que caminaban día y noche por la selva huyendo de los «rangers», dando vueltas en un laberinto sin salida. O bien morían de cansancio, o ejecutados por el ejército, o por sus propios camaradas. Del Che Guevara y de Allende, concluye: «Los dos han escrito el primer capítulo de la historia revolucionaria de América Latina, de esa historia que apenas está en sus inicios y de la que no sabemos cómo evolucionará». Ahora ya lo sabemos. Que la esperanza es fruto del corazón lo demuestra en el último trabajo, dedicado a la guerra de la independencia de Mozambique: «Ha vencido Cuba, ha vencido Argelia, también vencerá Mozambique», dice un testigo. Tampoco ha sido así. Pero Kapuscinski estuvo allí para contarlo.
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