Sólo en Berlín hay 17 barrios de prefabricados con 240.000
viviendas que acogen a 700.000 personas
Cuando con la caída del Muro de Berlín se planteó la gran reforma urbanística de la capital alemana, no sólo se proyectó la mayor transformación que iba a sufrir una ciudad europea en las postrimerías del siglo XX (con el resquemor que suponía tal demostración de poder por parte de la recién unificada Alemania), sino de coser literalmente una metrópoli partida en dos, no sólo en su arquitectura, sino social y emocionalmente. La arquitectura que se alzaba en el lado Este de Berlín era, curiosamente, la que representaba los símbolos del imperio, la de la República de Weimar, el Reich y la capital vanguardista, la de Alfred Döblin y la amarga de Grosz, la de las elegantes Unter der Linden y Friedrichstrasse..., pero también, ya bajo la máquina de realojar comunista, la de los tristes edificios prefabricados. Un fenómeno ubanístico que acoge a más de 50 millones de viviendas deseminadas por Europa central y oriental, pero que el deterioro físico del hormigón le había puesto fecha de caducidad: había llegado el momento de plantearse qué hacer con ese tipo de construcción.
En Berlín, quizás arrebatados por la espectacularidad de las reformas de Potsdamer Platz (con edificios de Piano, Ungers, Isozaki, Roger, Kollhoff, Meier, Moneo...), Alexanderplatz (Kollhoff, Libeskind, MBM...) y el Reichstag reconstruido (Foster) se llegó a sugerir que el mejor futuro que se podía idear para los prefabricados era demolerlos. Una utopía ilustrada como tantas otras que chocó, primero, con el sentido común y financiero y, después, con los sentimientos de los que habitaban esas colmenas uniformadas. Después de todo, argumentaban, aunque fuese bajo el odioso régimen de Eric Hoeneker, ellos habían intentado ser felices en esos apartamentos de no más de 50 metros cuadrados, habían tenido hijos, celebraban sus fiestas, habían construido su hogar. El racionalismo extremo crea monstruos.
Uno de los modelos que se aplicó para hacer más habitables y dignos los prefabricados fue el llamada “movimiento Hellersdorf” (barrio de la periferia berlinesa de 100.000 habitantes alojados en 40.000 viviendas prefabricadas), un sistema que ha permitido que los propios inquilinos gestionasen la reforma de los bloques: cambio de color, convertir los patios carcelarios en zonas de ocio ajardinadas, rehabilitación integral de los edificios... y desarrollar de paso una mínima práctica democrática en esa toma de decisiones. El propio arquitecto Hans Kollhoff ha dicho a este respecto que las ciudades no se crean por arte de magia y, a pesar de que a nadie le gusta los prefabricados, todavía “no hemos entendido que la ciudad es el resultado de muchas contribuciones anónimas y que precisamente la calidad de estos edificios anónimos determina la que es la calidad de una ciudad”.
Uno de los modelos que se aplicó para hacer más habitables y dignos los prefabricados fue el llamada “movimiento Hellersdorf” (barrio de la periferia berlinesa de 100.000 habitantes alojados en 40.000 viviendas prefabricadas), un sistema que ha permitido que los propios inquilinos gestionasen la reforma de los bloques: cambio de color, convertir los patios carcelarios en zonas de ocio ajardinadas, rehabilitación integral de los edificios... y desarrollar de paso una mínima práctica democrática en esa toma de decisiones. El propio arquitecto Hans Kollhoff ha dicho a este respecto que las ciudades no se crean por arte de magia y, a pesar de que a nadie le gusta los prefabricados, todavía “no hemos entendido que la ciudad es el resultado de muchas contribuciones anónimas y que precisamente la calidad de estos edificios anónimos determina la que es la calidad de una ciudad”.
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