domingo, 26 de marzo de 2017

El cuento de los perdedores

La tropa se divierte en "Apocalypse Now"
He terminado de leer “El monarca de las sombras”, de Javier Cercas, y quiero empezar este comentario por lo que dice en las últimas líneas del libro. Dice: “La historia la escriben los vencedores”. No siempre es así, creo. Incluso en el tema que él trata, la Guerra Civil española –dentro de un subgénero que llamaríamos Memoria Histórica-, la historia la contaron los vencidos. O, digamos, que la “superioridad moral” de los vencidos -por emplear un concepto que ahora gusta mucho- se impuso a la de los vencedores. Dejaremos a un lado el hecho de que en las guerras hay "causas generales" y "causas particulares", que, a pesar de la Razón Histórica, perdura una sinrazón, que es la que define a los hechos individuales sin proyección en la Historia. 
Vale la pena detenerse en este punto. Rescata José Luis Pardo en su ensayo "Estudios del malestar" a Borges: "La historia, la verdadera historia, es más pudorosa y (...) sus fechas esenciales pueden ser, asimismo, durante largo tiempo, secretas" ("Otras inquisiciones"). Pero estamos en lo que estamos.

La primera novela que leí sobre la Guerra Civil fue “Crónica del alba”, de Ramón J. Sender, aunque creo que no era consciente del todo: yo sólo quería leer al autor de “La tesis de Nancy”. “La Guerra Civil española”, de Hugh Thomas, fue el primer estudio histórico, que por el hecho mismo de editarlo Ruedo Ibérico ya estaba tocado por la legitimidad moral de la causa republicana, aún siendo sólo –y nada menos- que el trabajo desapasionado de un historiador. Todavía entonces -no quiero decir que Franco no había muerto para que nadie piense mal- la Historia no consistía en reconstruir la Memoria.
Por lo menos en mi caso, el relato, el cuento, la historia, las hazañas bélicas, no fueron construidas por los vencedores. Mi familia también ayudó, o sobre todo fue ella, pero yo no quiero escribir de mi familia. No recuerdo que mis amigos tuviesen interés por novelas como “La fiel infantería”, de Rafael García Serrano, ni por aquella de Ricardo Fernández de la Reguera, “Cuerpo a tierra”, y eso que contaba la historia de un soldado del bando nacional que fue al frente sin saber dónde iba y el motivo por el que debía morir.

Claro que las guerras también las pueden contar los vencidos. Ahí tenemos la de Vietnam, contada por los derrotados. Y, en concreto, por Coppola. ¿Existe otro relato mejor que “Apocalypse Now”? En este caso, se produce un hecho muy curioso: a los bombardeos con napalm de las aldeas controladadas por el vietcong se le ponía de banda sonora “Paint it Black”, de los Rolling Stones, “Riders on the Storn”, de The Doors, incluso “Hey Joe”, de Jimmy Hendrix, que es la historia de un hombre que quiere matar a su mujer (maltrato de género, hoy). Ninguna de estas canciones habla de Vietnam, o no de manera directa. Digamos que, además de batirse los ejércitos y de morir los soldados y de que los niños vietnamitas apareciesen abrasados en la televisión, también entraban en acción las fuerzas de la cultura de cada bando, y nuestro bando no era el del vietcong. Los ejércitos de la persuasión.

Sin entrar en el motivo que le ha llevado a Cercas a escribir la historia de su tío abuelo, Manuel Mena, alférez en el ejército franquista, enaltecido falangista y muerto en la batalla del Ebro con 19 años, ni queriendo inmiscuirme en su conocida letanía sobre el uso de la realidad para construir ficciones (o al revés, llegado el caso y la mezcla cacofónica de planos), diría que “El monarca de las sombras” es un ejemplo de novela escrita por un vencedor, ya que Cercas asume toda la historia de su familia -falangistas equivocados, pero falangistas, al fin y al cabo-, aunque reconozca haber elegido el bando incorrecto. Con esto no hago un juicio moral, sino que creo interpretar el motivo que le indujo a escribir la novela, que en esencia es la historia de por qué la ha escrito, etcétera (porque en este punto se entretiene en un bucle difícil de salir).

No entiendo por qué la justificación constante del origen familiar de Cercas: los hijos no heredan los pecados y faltas de los padres, y menos de los abuelos y de los tíos abuelos, ni tampoco las virtudes. Menos entiendo que el profesor Jordi Gracia salga en su auxilio (“El País”, 18 de marzo) ante “algunas de las reacciones en defensa de la memoria histórica (contra un supuesto agresor a la memoria histórica...)”, que a mí me han pasado inadvertidas, como siempre. Dice: “Es el repudio de la confusión usual entre razón moral y razón política: tener la razón política no garantiza tener la razón moral y equivocar la razón política (como le sucede al joven envenenado de falangismo de “El monarca de las sombras”) no condena automáticamente al error moral”. ¿Pero no es ese el tema de la novela? ¿No ha escrito un libro de 288 páginas para contarle esta historia a su madre, que Manuel Mena murió como Aquiles? “Es mil veces preferible ser Ulises que ser Aquiles, vivir una larga vida mediocre y feliz de lealtad a Penélope, a Ítaca y a uno mismo, aunque al final de esa vida nos aguarde otras, que vivir una vida breve y heroica y una muerte gloriosa, que es mil veces preferible ser el siervo de un siervo en la vida que en el reino de las sombra el rey de los muertos”, escribe en el momento epigonal y emocionado de la novela.


En las guerras, también en las civiles, aunque estén inflamadas de ideología –fascismo, comunismo, nacionalismo y “compromiso”-, la inmensa mayoría de los que mueren son soldados anónimos y todos merecen el respeto, incluso el perdón, pues de eso se trata. La guerra es el olvido. Ese es el gran desastre. Así que no entiendo la obsesión –quizá sólo sea una obsesión: es el objeto el que domina al sujeto- de Cercas por restablecer el honor de su familia. “En la guerra nuestra familia se equivocó de bando. No sólo porque la República tenía razón, sino porque era la única que podía defender sus intereses” (pag. 185). Si esta frase hubiese aparecido en las primeras líneas de la novela, no hubiese valido la pena seguir leyendo.

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