La tropa se divierte en "Apocalypse Now" |
Vale la pena detenerse en este punto. Rescata José Luis Pardo en su ensayo "Estudios del malestar" a Borges: "La historia, la verdadera historia, es más pudorosa y (...) sus fechas esenciales pueden ser, asimismo, durante largo tiempo, secretas" ("Otras inquisiciones"). Pero estamos en lo que estamos.
La primera novela que leí sobre la
Guerra Civil fue “Crónica del alba”, de Ramón J. Sender, aunque creo que no era
consciente del todo: yo sólo quería leer al autor de “La tesis de Nancy”. “La Guerra
Civil española”, de Hugh Thomas, fue el primer estudio histórico, que por el
hecho mismo de editarlo Ruedo Ibérico ya estaba tocado por la legitimidad moral
de la causa republicana, aún siendo sólo –y nada menos- que el trabajo
desapasionado de un historiador. Todavía entonces -no quiero decir que Franco
no había muerto para que nadie piense mal- la Historia no consistía en
reconstruir la Memoria.
Por lo menos en mi caso, el relato, el
cuento, la historia, las hazañas bélicas, no fueron construidas por los
vencedores. Mi familia también ayudó, o sobre todo fue ella, pero yo no quiero
escribir de mi familia. No recuerdo que mis amigos tuviesen interés por
novelas como “La fiel infantería”, de Rafael García Serrano, ni por aquella de
Ricardo Fernández de la Reguera, “Cuerpo a tierra”, y eso que contaba la
historia de un soldado del bando nacional que fue al frente sin saber dónde iba
y el motivo por el que debía morir.
Claro que las guerras también las
pueden contar los vencidos. Ahí tenemos la de Vietnam, contada por los
derrotados. Y, en concreto, por Coppola. ¿Existe otro relato mejor que
“Apocalypse Now”? En este caso, se produce un hecho muy curioso: a los
bombardeos con napalm de las aldeas controladadas por el vietcong se le ponía
de banda sonora “Paint it Black”, de los Rolling Stones, “Riders on the Storn”,
de The Doors, incluso “Hey Joe”, de Jimmy Hendrix, que es la historia de un
hombre que quiere matar a su mujer (maltrato de género, hoy). Ninguna de estas
canciones habla de Vietnam, o no de manera directa. Digamos que, además de batirse los ejércitos y de morir los soldados y de que los niños vietnamitas apareciesen
abrasados en la televisión, también entraban en acción las fuerzas de la
cultura de cada bando, y nuestro bando no era el del vietcong. Los ejércitos de
la persuasión.
Sin entrar en el motivo que le ha llevado a Cercas a escribir la historia de su tío abuelo, Manuel Mena, alférez
en el ejército franquista, enaltecido falangista y muerto en la batalla del
Ebro con 19 años, ni queriendo inmiscuirme en su conocida letanía sobre el uso
de la realidad para construir ficciones (o al revés, llegado el caso y la
mezcla cacofónica de planos), diría que “El monarca de las sombras” es un
ejemplo de novela escrita por un vencedor, ya que Cercas asume toda la historia
de su familia -falangistas equivocados, pero falangistas, al fin y al cabo-,
aunque reconozca haber elegido el bando incorrecto. Con esto no hago un juicio
moral, sino que creo interpretar el motivo que le indujo a escribir la novela,
que en esencia es la historia de por qué la ha escrito, etcétera (porque en
este punto se entretiene en un bucle difícil de salir).
No entiendo por qué la justificación
constante del origen familiar de Cercas: los hijos no heredan los pecados y
faltas de los padres, y menos de los abuelos y de los tíos abuelos, ni tampoco
las virtudes. Menos entiendo que el profesor Jordi Gracia salga en su auxilio
(“El País”, 18 de marzo) ante “algunas de las reacciones en defensa de la
memoria histórica (contra un supuesto agresor a la memoria histórica...)”, que
a mí me han pasado inadvertidas, como siempre. Dice: “Es el repudio de la
confusión usual entre razón moral y razón política: tener la razón política no garantiza
tener la razón moral y equivocar la razón política (como le sucede al joven
envenenado de falangismo de “El monarca de las sombras”) no condena
automáticamente al error moral”. ¿Pero no es ese el tema de la novela? ¿No ha
escrito un libro de 288 páginas para contarle esta historia a su madre, que
Manuel Mena murió como Aquiles? “Es mil veces preferible ser Ulises que ser Aquiles, vivir una larga vida mediocre y feliz de lealtad a Penélope, a Ítaca y
a uno mismo, aunque al final de esa vida nos aguarde otras, que vivir una vida
breve y heroica y una muerte gloriosa, que es mil veces preferible ser el
siervo de un siervo en la vida que en el reino de las sombra el rey de los
muertos”, escribe en el momento epigonal y emocionado de la novela.
En las guerras, también en las civiles,
aunque estén inflamadas de ideología –fascismo, comunismo, nacionalismo y “compromiso”-, la
inmensa mayoría de los que mueren son soldados anónimos y todos merecen el
respeto, incluso el perdón, pues de eso se trata. La guerra es el olvido. Ese
es el gran desastre. Así que no entiendo la obsesión –quizá sólo sea una
obsesión: es el objeto el que domina al sujeto- de Cercas por restablecer el
honor de su familia. “En la guerra nuestra familia se equivocó de bando. No
sólo porque la República tenía razón, sino porque era la única que podía
defender sus intereses” (pag. 185). Si esta frase hubiese aparecido en las
primeras líneas de la novela, no hubiese valido la pena seguir leyendo.