De todas las necedades
leídas últimamente hay una que merece ser tenida en cuenta: la propuesta de que
al poeta, ensayista y lingüista de Reus Gabriel Ferrater se le conceda la Cruz
de Sant Jordi, a título póstumo, claro está. Se supone que los méritos para
tener esta distinción deben ser los contraídos hasta el 27 de abril de 1972, fecha
en la que decidió poner fin a su vida, y no posteriores. Conviene aclararlo
porque es muy común en los últimos tiempos que los muertos revivan a medida que se pudren.
La petición es tan absurda que habrá que tomarla como síntoma de un enfermedad más
grave. Después de todo, la Universitat de Girona nombró honoris causa al poeta Miquel Martí i Pol postumamente, aunque
estuvo acompañado por el juglar Lluís Llach, que sigue entre nosotros.
Federico Campbell
recoge en “Infame turba” (1971) lo que Ferrater contestó a la siguiente pregunta:
“¿Y sufre mucho la cultura catalana por ese aislamiento”. Y fue esta: “La
cultura yo no sé qué señora es. Nunca me la han presentado”. Los muertos,
incluso los que decidieron pasar al olvido por cuenta propia, habitan en la
fosa común en la que se cimientan las naciones medievales, aunque estén conectadas
a internet.
La muerte de Gabriel
Ferrater está marcada por una misteriosa confesión a su amigo Jaime Salinas: llegado a los cincuenta años se quitaría la vida
–tenía entonces treinta y cinco, era 1957-, porque a esa edad tiene que estar
hecho todo lo que se tiene que hacer. Bebían ginebra Giró en un café de la
plaza Prim de Reus. Aunque no se sabe si la sentencia fue o no cierta, sí que
la cumplió. Puede que este momento diese sentido a lo que él mismo definió como
“la vida moral”, motivo último de su obra. Si seguimos el testimonio de Juan
Marsé en su último y casual encuentro en Sant Cugat (“Mientras llega la
felicidad”, Josep Maria Cuenca), la vida de Ferrater ya estaba acabada. No
valía la pena continuar.
Una llamada Asociación
Gabriel Ferrater pide conmemorar ese momento y de paso el centenario del
nacimiento. Así de racional era el poeta: muerte y centenario de una tacada. Después de todo, fue él quien dijo
que “sus textos [aquí añade a su amigo Gil de Biedma] tengan el mismo sentido
que una carta comercial”. Libres del polvo y paja, sin aflicción y
sentimentalismo.
Con Gil de Biedma
compusieron un dúo de esgrima dialéctica imbatible, con alardes de erudición
que, tras subir a lo más alto, descendían, en aquel “sótano oscuro” –que ya era
bajar-, para retrasar las manecillas del reloj, pues no había más obsesión
poética que el paso del tiempo. En el caso de Ferrater fue “el paso del tiempo
y las mujeres que han pasado por él”. Escribe Justo Navarro en “F”: “Fluía con
Ferrater la conversación líquida sobre asuntos universales y eternos,
domésticos, remotos y del ahora mismo, impertinentes, humorísticos, intensos e
inmediatos, y fueron su público las personas más inteligentes del negocio
mundial de la inteligencia”. Digamos que en ese ambiente él era un tiburón.
Andreu Jaume da un
contrapunto más psicológico: define su personalidad como “desamparo solipsista”
(prólogo a los “Diarios” de Jaime Gil de Biedma).
Pide esta asociación
ferrateriana que se le dé la Cruz de Sant Jordi, se le nombre hijo predilecto
de Sant Cugat y, para acabar, que se publique su obra completa.
En lo que se refiere a
lo fundamental, la obra poética la dejó muy fijada en tres libros, aunque no
fue su interés facilitar el trabajo a los filólogos: “Da nuces pueris” (1960) –demostrando
lo mucho que le debe a Gil de Biedma al haberse puesto a escribir poesía a los
treinta y ocho años-, “Menja’t una cama” (1962) y “Teoria de cossos” (1966); y
la recopilación de los tres en “Les dones y els dies” (1968). He leído el
prólogo a esta última edición (en la colección Les Millors Obres de la
Literatura Catalana, de Edicions 62 y La Caixa, dirigida por Joaquim Molas) y,
además de no estar firmada, lo que demuetra que nadie se quería hacer
responsable de lo escrito, es un puro trámite de un funcionario/a cultural.
Además, para los
especialistas en olvidos, Jaume Vallcorba publicó “Papers, cartes, paraules”
(Quaderns Crema, 1986). ¿Quién olvida a quién?
Ahora bien, ¿qué quiere
decir que un poeta esté “olvidado”? ¿Y un poeta que, además, estaba olvidado
antes de que seamos olvido? Si uno busca las entradas de Gabriel Ferrater en
las memorias de Carlos Barral, para quien trabajó muchos años, no hay un
derroche de cariño, aunque al final aflore el remordimiento y la culpa. Le
recordaba al Roquentin de “La náusea” de Sartre: el que escribía una extraña
biografía, no tenía profesión conocida y vivía de las rentas. Era una “máquina
mental complicada y perfecta, estúpidamente convertida en un triste aparato de
ciencia recreativa”, escribe el editor y poeta. Ridiculiza su erudición y parodia
su “aventura”, es decir, su detención y posterior interrogatorio a manos del comisario
Creix por un supuesto artículo ¡sobre Alberti y su humanismo marxista! –poeta
que jamás le interesó- firmado por un tal Víctor Ferrater en un revista de la órbita
comunista y que finalmente admitió como suyo Manuel Sacristán (alias Víctor),
el gran sacerdote del marximo español, aunque con poco corazón –y que mereció un
trato de camaradería joseantoniana del temido Creix-. O que Barral vincule el
fusilamiento de Julián Grimau, aunque sea por un avatar del recuerdo, con el
“desaforamiento, como él diría, del apetito y la sed de Grabriel Ferrater en
aquella época en la que comía y bebía como un clérigo medieval”. Así, sin venir
a cuento.
Pero hay que ser
justos. Al final, el relato de su último encuentro con Ferrater, seis meses
antes de su muerte, restituye moralmente al viejo colaborador, ofreciéndonos
unas cuantas páginas realmente emocionantes, creo que sinceras. “Yo creo que en
ese momento ya había tomado una decisión respecto a su vida y que la tenía
absolutamente asumida y segregada de sus preocupaciones intelectuales y
sentimentales”, dice de aquella cita.
De su decisión final no
había duda, insiste Barral, y ahí queda “el terrible atrezzo del suicidio de
Ferrater, la bolsa hermética y la botella de ginebra”.
De la cultura catalana
–esa señora que no le presentaron, ni por ser catalana, siéndolo él y , además,
gramático-, y en concreto de su prosística, dijo en la ya célebre conferencia
de 1967 dedicada a Pla en la Universidad de Barcelona que tiene un desarrollo
anormal porque el conflicto que define a la novelistica del siglo XIX y parte
del XX, la lucha entre ambiciones de clase y de poder, en Cataluña se resolvía reproduciendo
el mismo antagonismo antiespañol. En esas estamos. Ahí quedó y ahí está
publicado por la misma Universidad.
Sin embargo, a mí me ha
desconcertado el hallazgo -nunca es tarde- de un poema publicado en su último libro, “Cançó del
gosar poder”, aunque no tanto el poema como una nota que dice: “Es un ejercicio
sobre los verbos modales catalanes”.
“Gosa
poder donar feina a xarnegos.
Amb
el teu sou, compraran vi prou agre
perquè
en tres anys els podreixi les dents.
No
et faci por: tu pren l’opi dels rics
(d’opi,
te’n ve d’Escocia i de Roma).
Gosar
poder tenir enemics a sou”.
Después de atreverme a traducirlo, encuentro una de Pere
Gimferrer, José Agustín Goytisolo y José María Valverde:
“Atrévete
a poder dar trabajo a charnegos.
Con
tu sueldo, comprarán vino lo bastante agrio
para
que en tres años les pudra los dientes.
No
te dé miedo: tú toma el opio de los ricos
(opio,
el que viene de Escocia y de Roma).
Atrévete
a poder tener enemigos a sueldo”.
En fin, los verbos
modales. Aunque sea un accidente, es llamativo el título del capítulo 9 de “Los
años sin excusa”, segunda parte le las memorias de Barral: “Osar poder”.
Inevitablemente me
recuerda a “Barcelona ja no es bona, o mi paseo solitario en primavera”, de Gil
de Biedma”, aquello del “patrón que les paga” y “el salta-taulells que les desprecia”. Más amargo, más terrible. Iba
en serio y tenía fecha de caducidad.
El recitado en youtube me
ha decepcionado porque tiene la aspereza de un militante (fue en el Festival de
Poesía Catalana, celebrado en el desaparecido Price de Barcelona en 1970). Por
cierto, la búsqueda me ha permitido ver a Lou Reed leyendo en inglés “Cambra de
la tardor”, en Nueva York en 2006.
Por último, estos
clérigos ferraterianos desprecian lo fundamental. Como apuntó, Camus, el tema,
el único tema literario importante, es el suicidio. El verdadero y supremo acto de soberanía.
Insisten, pues, en
seguir moviendo el hisopo que Jordi Pujol institucionalizó nada más llegar al
poder, año 1981, para regar su jardína con cruces de Sant Jordi. La anticultura o la cultura como servicio.
Sobre el “compromiso” de los poetas con cualquier causa política, Ferrater le
dijo al citado Campbell: “Es mal negocio que los alemanes tengan que invadir
Francia para que Louis Aragon escriba buenos poemas”.